Es difícil tomar el conjunto de esta novela sin perderse por sus laberintos de identidad, por el viaje que de la mano de Humberto Peñaloza nos traslada hasta la nada, hasta la anulación absoluta del ser humano, desde el mismo narrador que se convierte, que muta, que termina absorbido por sus odios, sus secretos, su envidia en un imbunche, encerrado en si mismo, absorto en el propio encierro. Un encierro que finalmente viven todos los personajes de El obsceno…, las viejas de
La separación de clases es también un tema notorio en el texto, lo que junto con un montón de cotidianidades logran construir un panorama de lo nacional en el texto, las viejas olvidadas, las huérfanas prostituidas, la envidia, la constante envidia del Mudito a don Jerónimo de Azcoitía, una demanda que es alegoría del “Chile de clases sociales definidas, donde la clase alta era dictadora, mítica, señoreando arriba, rica o no rica, pero al fin y al cabo muy cerca del poder”[2]. Alegoría también a la construcción de un mundo imaginario, inaccesible, sueños de ser alguien, de tener un nombre, algo que perdure en el tiempo, una existencia permanente en el tiempo que muchos creen se logra con dinero pero que a la larga termina en harapos, suciedad, inmundicia, en encierro y olvido.
En este libro, el camino que recorre la realidad con la ficción y que se trasmite a través de alucinaciones, operaciones espantosas, mutaciones que se convierten en ley, pone en jaque sin duda todas las convenciones, al poner al cuerpo como la figura central que simboliza la cultura, los deseos, la ideología, al legitimizar la diferencia y transformarla en cotidianeidad despoja al excluido de su estado insuperable y lo traspasa al ser común. Asestando un duro golpe contra la discriminación demostrando que todos guardan sus paquetitos debajo de la cama, que todos terminan siendo imbunches, que la soledad y el olvido no excluyen sino que engloban a todos y cada uno de los personajes del texto. En este mundo no existen finales felices ni estructuras convencionales, a través de lo inadmisible se logra atravesar una barrera habitual del lector, la monstruosidad termina absorbiendo incluso al senador Azcoitía. Quien cae preso de la locura de descubrir que la diferencia sólo la hacen los ojos que la ven y no el objeto o persona en sí mismo.
Carlos Droguett, en su libro Patas de Perro también explora el terreno de lo monstruoso con Bobi, un niño que nació con piernas caninas y que lo lleva a vivir los más duros castigos, Donoso, aborda este tema dentro de otros, pero aún así ambas desde lo monstruoso construyen un discurso de integración. De todas maneras, en El obsceno... el hecho de que la voz que escuchemos sea la del Mudito, con sus apreciaciones finas sobre las otras personas, sobre las situaciones, con sus maquinaciones elabora este mundo destinado al deterioro, que tal como comienza con la muerte de
[1] DONOSO, JOSÉ. “Claves de un delirio: Los trazos de la memoria en la gestación de El obsceno pájaro de la noche”. Herederos de José Donoso. 1997.
[2] DONOSO, JOSÉ. “Claves de un delirio: Los trazos de la memoria en la gestación de El obsceno pájaro de la noche”. Herederos de José Donoso. 1997.
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